Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1887-1888 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 4 de mayo de 1888
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Romero Robledo
Número y páginas del Diario de Sesiones: 109, 3085-3087
Tema: Ley constitutiva del ejército

Declaro que el Sr. Romero Robledo debe encontrarse muy inquieto y en mala posición, porque, francamente, no he dado yo motivo a S.S. para que se moleste tanto por mis palabras y para que quiera armar pelea conmigo, con el Gobierno, con la mayoría y con todo el mundo.

Yo no he de seguir a S.S. en ese terreno; S.S. podrá creer que ha de llegar un día en que vayamos a llamar a las puertas de S.S.; el Sr. Romero Robledo puede creer eso y mucho más, en lo cual se me adelanta, porque yo no he dicho que S.S. haya llamado a las puertas del partido liberal; he dicho lo contrario: he dicho que S.S. miraba con recelo a todas las puertas y que no llamaba a ninguna, por creer sin duda que podrían estar todas cerradas, y esto no es lo mismo que decir que S.S. ha llamado a todas las puertas sin que se abra ninguna.

Por lo demás, el Sr. Romero Robledo ha dicho que no llamará jamás a las puertas del partido liberal. Le he oído decir a S.S. tantos jamases (Risas) que después se han convertido en instantes, que no le puedo dar mucho crédito, no le puedo conceder gran fe al jamás de ahora, no porque yo no reconozca que S.S. lo dice con completa sinceridad, sino porque, vehemente y apasionado como es, dice muchas cosas y al día siguiente hace lo contrario. Jamás, jamás me he de separar (decía hace un mes el Sr. Romero Robledo en un discurso muy vehemente), de mi queridísimo amigo el señor general López Domínguez; y en efecto, al poco tiempo se ha separado. (Risas).

Digo esto, para que no crea el Sr. Romero Robledo que me preocupa la idea de que S.S. no ha de llamar alguna vez a nuestras puertas; porque creo que si S.S. nos fuera algún día necesario, S.S. es tan patriota y tan bueno, que llamaría. No hay más sino que yo espero que no ha de llegar esa necesidad. (Risas).

Su señoría, que hoy ha venido como amigo a discutir con el Gobierno, vuelve a insistir en que yo no he declarado cuestión de Gabinete la de las reformas militares. No la he declarado, porque no lo he creído conveniente y oportuno hasta ahora. Pero voy a decir a S.S. una cosa, porque es defecto de nuestra raza, Sres. Diputados, el olvidar pronto los más grandes acontecimientos y no acordarnos de Santa Bárbara más que cuando truena.

A raíz de tristes sucesos que no quiero recordar, pero que causaron honda, triste y dolorosa decepción en la opinión pública, los hombres civiles, como los militares, así los que viven la agitada vida de la política, como los que están alejados de ella, proclamaron con sorprendente unanimidad la urgencia de estudiar una nueva organización del ejército, que extirpara de raíz los males que aquél sentía, y cuyas consecuencias habían empobrecido y deshonrado a la Patria. Desde aquel momento las reformas militares se presentaron como una necesidad nacional, y no hubo Gobierno, ni general, ni hombre político que no las intentara o no las propusiera en mayor o menor escala; y sobre todo, no hubo ninguno que las intentara y dejase encontrar en el ejército y en la opinión pública auxilio y cooperación, porque en las reformas militares se creía encontrar el único remedio a nuestros males y desdichas pasadas. (Muy bien).

Pues qué, ¿no se recuerda el afán y la urgencia con que se reclamaban, no ya reformas militares aisladas, sino un plan completo que extirpara de raíz el cáncer que el ejército padecía? El partido liberal, que no podía sustraerse a esta irresistible corriente, apareció desde la oposición y desde la oposición proclamó la necesidad de las reformas militares.

Y después, en la discusión del mensaje de la Corona, ya como Gobierno, ante la Representación nacional, las ofreció solemnemente y se comprometió a su más pronta realización.

Eran, pues, las reformas militares, programa del partido liberal, lo mismo en la oposición que en el gobierno, como eran de programa entonces de todo el país, como una necesidad por nadie negada y por todo el mundo sentida; y por eso desde entonces no ha habido Ministro de la Guerra de Gobierno liberal alguno, ¡qué digo Gobierno liberal! ni de Gobierno conservador, que no haya estudiado las reformas militares en mayor o menor extensión, con toda aquella, al menos, que otras atenciones perentorias y siempre urgentes le permitían. No ha habido Ministro que no haya presentado reformas militares, sobre todo, aquellos proyectos de ley que creía más apremiantes y de más fácil realización, entre los muchos que comprende el plan general de reformas del ejército; hasta [3085] el punto de que en realidad puede decirse que no ha hecho el Ministro actual otra cosa que reunir en un proyecto de ley general los distintos proyectos que otros Ministros habían presentado o tenían en estudio. Porque, después de todo, Sres. Diputados, ¿qué novedad hay en el proyecto de ley general de reformas militares que está puesto sobre la mesa, que tanto asusta y sorprende, como si fuera cosa nunca vista ni oída? ¿El servicio obligatorio? Pues el servicio obligatorio, y ésa es de las reformas más hondas, ha sido proclamado como principio y ha sido propuesto para su cumplimiento por hombres de todos los partidos. ¿La desaparición del dualismo en los institutos del ejército? Pues, Sres. Diputados, no hay general que se atreva hoy a sostener lo contrario. ¿La nueva división territorial? Pues no hay nadie que no diga que la actual es un absurdo, que no responde a ningún principio, ni de economía para el Estado, ni de comodidad para el ejército, ni de defensa para la Patria. ¿La apertura mayor o menor de las escalas en los cuerpos facultativos? Pues ha habido generales ilustres, de gran prestigio en el ejército, que la han propuesto en otras circunstancias, y también dentro de cierto límite, en tiempo de paz, mientras que aquí no se propone sino para caso de guerra debida y oficialmente proclamada.

De manera que, ¿dónde está la novedad del proyecto? No hay novedad ninguna en cuanto estamos discutiendo. ¿Es el haber venido reunidas? Pues a mí me parece que porque vengan reunidas y no separadas, no hay motivo para alarmarse, porque al fin y al cabo, aislada una medida puede parecer mala, y luego unida a otras resultar buena, por ser las demás el complemento de la medida aislada, y de este modo constituir un conjunto armónico que produzca la igualdad en todos los institutos del ejército; porque si todos son igualmente necesarios, si todos prestan a la Patria iguales servicios y todos le dedican iguales sacrificios, todos deben tener el mismo derecho y todos deben aspirar al mismo porvenir.

Vino al Gobierno el partido liberal, que tenía escritas en su programa, en su bandera, las reformas militares; acogió las propuestas por el señor general Cassola, porque las creyó buenas, y como las cree buenas, quiere que se discutan y se aprueben. En el momento que el Gobierno las acogió, no son del general Cassola, sino del Gobierno, y el proyecto de reformas militares es proyecto del Gobierno, y el Gobierno tiene sobre él la iniciativa que debe tener, y ha de desplegar la energía necesaria para su discusión y aprobación.

El Gobierno las presentó en la idea de que eran excelentes, con el propósito de que se discutieran y se aprobaran pronto; claro es que con aquel espíritu de transacción que corresponde a reformas de tanta trascendencia, que afectan a tantos y tan encontrados intereses; y en este sentido, ¿se puede pedir al Gobierno más de lo que ha hecho? ¿Se puede pedir un espíritu de más amplia transacción? Ha transigido, y ha hecho bien, con diversas aspiraciones, porque su deseo no era, ni es, otro que el de acertar en la solución de problema tan importante, que afecta a tantos y tan grandes intereses. A eso se ha prestado el Gobierno, porque no quería que se hiciese una ley de partido, por lo mismo que quería darle un carácter nacional; y en este sentido el Gobierno no quiere hacer cuestión de Gabinete cuando transige, pero sí puede hacer cuestión de Gabinete cuando una vez hechas ciertas transacciones se venga con un obstruccionismo injustificado e injustificable, porque ya no se trata de la cuestión de las reformas militares, sino de la hostilidad abierta contra el Gobierno, de la rebelión contra un proyecto de ley en el que se ha transigido ya con diversas aspiraciones. (El Sr. Romero Robledo: Dígaselo S.S. a los ministeriales).

Yo no he visto hasta ahora que en los ministeriales haya obstrucción; han defendido lo que han creído y creen, sin duda, conveniente para el ejército. ¡Pues no faltaba más! ¡Había de reconocer derecho a todos los demás para defender técnicamente lo que creyeran justo, y no había de dárselo a mis amigos! Y todavía considerada la cuestión de las reformas militares como cuestión de gobierno, mientras no salga la discusión de los límites de la calma y de la reflexión, a mí no me importa; al contrario, vamos tras el acierto, y el acierto no viene sino con la discusión. Pero de eso a rebelarse, a proclamar la obstrucción, a hacer alarde de ella y a decir que esas reformas no saldrán quiera o no quiera la mayoría, hay una diferencia para mí muy grande, y contra esto el Gobierno desplegará toda su energía y todo su vigor.

El Sr. Romero Robledo me ha comprendido mal en cuanto a la cuestión de transacciones y contratos; es verdad que me ha comprendido mal todo lo que he dicho; he debido tener la desgracia de explicarme malísimamente, cuando S.S., que es tan inteligente y tan listo, no me ha comprendido.

Yo no he dicho que se discutan las reformas militares alternando con las reformas económicas porque a ello me vea obligado en virtud de transacciones hechas con el partido conservador. No; yo he afirmado que las reformas militares tienen para el Gobierno una grandísima preferencia y que le da toda la mayor que está a su alcance, la preferencia que concede a las cuestiones económicas, por las mismas razones en que apoyaba S.S. su proposición del año pasado, y por otras que no se escaparán a la penetración de S.S., y estoy seguro que tampoco a la de ningún otro Sr. Diputado.

Pero además dije que aun cuando no hubiera esas consideraciones, inmediatamente después de haber llegado a transacciones patrióticas, no convenía interrumpir un debate respecto de aquella materia sobre que se había transigido, porque esto valdría tanto como despreciar la transacción y desairar a las personas que habían tenido el patriotismo de realizarla. Esto es pura cortesía, pero no es un lazo que obligue al partido conservador, a las que debe atender S.S., y a las que atenderán siempre todas las fracciones políticas que anteponen a los intereses de partido los más altos intereses de la Patria. (Los Sres. López Domínguez y Pedregal piden la palabra).

¿Qué significa venir diciendo aquí que estamos comprometidos con el partido conservador y que el partido conservador está comprometido con nosotros porque coincidimos en algo? ¡Pues no faltaba más sino que no coincidieran en muchas cosas el partido conservador y el liberal! En la mayor parte de las cuestiones de gobierno, naturalmente hemos de coincidir, y sobre todo, coincidimos en lo fundamental, [3086] en lo esencial, en lo que importa más a los partidos en una situación como la que rige en España. ¿Es que a S.S. no le parece bien eso? Pues tanto peor para S.S.

Si S.S. no coincide con el partido liberal ni con el partido conservador en estas cosas, es que no puede coincidir con nada que esté dentro de las instituciones que nos rigen. (El Sr. Romero Robledo: ¡Qué afán por echarme!).

Pues entonces, ¿por qué critica S.S. ciertas coincidencias hasta el punto de decir que no hay más oposición que la suya y que el partido conservador no hace oposición, sino que es ministerial? No; no es oposición, es obstrucción: lo que S.S. hace es confundir la oposición con la obstrucción y con la perturbación.

Su señoría se ha molestado mucho por algunas apreciaciones que he hecho respecto de su situación política. Las he hecho sin ánimo de ofenderle. Creía yo que la situación política del Sr. Romero Robledo era distinta de la que nos ha manifestado aquí; creía yo que el partido a que S.S. había pertenecido está disuelto, y que el Sr. Romero Robledo, que procedía del partido conservador, habiendo venido después al partido más radical, o tenía que retroceder o tenía que salirse de los límites que creo que no le es dado traspasar y que no desea traspasar. Luego añadí: pues entonces, ¿dónde está el Sr. Romero Robledo? Naturalmente ha de estar pensando qué es lo más conforme con sus convicciones, qué es lo que más puede convenir a la defensa de los intereses de la Patria, no hablemos de los intereses personales, y en este sentido, usando una figura quizá de mal gusto, que en esto de las figuras oratorias yo doy siempre la supremacía al Sr. Romero Robledo, dije que S.S. andaba como el judío errante, sin partido, sin casa ni hogar, mirando con recelo las puertas de los demás partidos, sin saber a cuál llamar por temor de que no se le abra ninguna.

Ésta era la manera como yo quería fijar la situación de S.S., sin intención de ofenderle, y siento que le haya molestado esta forma de describir su situación.

Pero dice el Sr. Romero Robledo que no hay nada de eso, que él sigue con su partido, con su doctrina, con sus principios y con su bandera: a eso ya le contestará el Sr. López Domínguez, puesto que ha pedido la palabra, y veremos con qué bandera, con qué doctrina y en qué partido está el Sr. López Domínguez, si es que el Sr. Romero Robledo sigue en el mismo partido y ha arrojado de él al Sr. López Domínguez. (Risas).

Declaro que no había motivo para que S.S. se molestara; y por lo demás, S.S. con esta proposición quiere destruir la obra tan laboriosamente levantada por todos. ¿Por qué? Sencillamente porque al Sr. Romero Robledo no le gustan las transacciones hechas, por no haberse hecho con S.S., porque no estaba en Madrid entonces, y porque nunca le gusta nada más que lo que S.S. mismo hace; por eso quiere inutilizar toda clase de transacciones y quiere sobreponerse, como he dicho antes, al Gobierno, a la mayoría, a la Presidencia, a las oposiciones y a todo el mundo; porque S.S. quiere estar solo, y yo he de decir que al paso que lleva y con la conducta que sigue, me parece que lo va a conseguir, y cuando acuda a cualquiera de esas puertas, hoy cerradas para S.S., no va a encontrar absolutamente nadie que le abra, y se quedará solo y aislado, lo cual será justo castigo para S.S.

Por lo demás, puede estar tranquilo el Sr. Romero Robledo; las reformas económicas serán discutidas y planteadas oportunamente, y al mismo tiempo marcharán todas las demás reformas que el Gobierno cree que deben discutirse, porque ésta es cuestión del Gobierno, y no cuestión del Sr. Romero Robledo.

Señores Diputados, si queréis someteros a esa especie de sumisión a que el Sr. Romero Robledo quiere obligaros, podéis votar esa proposición; si no queréis eso, votad en contra y dejad al Gobierno en libertad para que, entendiéndose con la Presidencia de la Cámara y con todas las oposiciones serias, determine el orden que han de seguir las discusiones, como más convenga al adelanto de los trabajos parlamentarios y a los intereses generales del país. [3087]



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